Pocos gestos
más visuales en la liturgia de la Iglesia que el rito de la luz de la Vigilia
Pascual. Dos imágenes que se me quedan grabadas de este año: la primera, en la
Parroquia donde he celebrado la Vigilia. Después de bendecir la hoguera, el
párroco avanzaba entre el gentío, abriendo paso con el cirio, mientras las
candelas que llevábamos los fieles en las manos se iban iluminando. Al entrar
en el templo, a oscuras, se veía el resplandor titilante sobre los rostros y
sobre las paredes del templo.
La segunda
imagen me ha llegado días después, por internet. Es la Vigilia en San Pedro,
presidida por el Papa. Lo mismo: las velas que iluminaban la nave central de la
Basílica, y las luces que se encendieron con el último “luz de Cristo”…
Con todas
estas imágenes, con “la Iglesia revestida de luz tan brillante”, llega la
certeza visual de que la luz es capaz de romper todas las oscuridades.
Decía a los
jóvenes de Majadahonda con quienes me encontraba el domingo que imaginaran El
Reguero a oscuras, sin ninguna luz, ni siquiera de estrellas o luna, ni
resplandores de la carretera. Sólo oscuridad.
Una vela
encendida en lo alto de la casa, en esa oscuridad, sería visible desde el otro
extremo de la finca. Esa es la fuerza de la luz.
La Pascua es
como una flor que crece en medio de las losetas de una acera, y para los
animadores, acompañar a otros más jóvenes es también encuentro con esa flor.
Esa es la fuerza del amor.
Y por
fuerzas como esta decimos que Cristo es luz para el mundo, y procesionamos el
cirio en medio de la oscuridad para proclamar que esas tinieblas de la muerte
en que quiso ser encerrado y enterrado fueron vencidas por el amor de un Dios
que se empeña en estar en el mundo, en medio de nosotros, y ser luz en nuestras
vidas, en nuestras relaciones, en nuestras penas, en nuestros más oscuros
bosques. Y ese amor rompe esas oscuridades.
La
invitación es la misma que en la Vigilia: encender nuestras candelas del cirio,
ser luz de Cristo en medio del mundo y dar gracias a Dios. Amar vence muros y
derrotas, y estamos llamados a amar.
Algunas
luces compartidas durante estos días de Pascua nos llevaban a reflexionar hasta
dónde seríamos capaces de llegar por amor. Es una buena reflexión para estas
semanas de Pascua.
Jesús llegó
hasta la cruz.
Así pues
caminemos siendo luz, llevando la candela encendida en medio de tantas
oscuridades que nos envuelven estos días, estos tiempos… Amando sin medida. Ser
luz, como llamada en medio del mundo, y sin miedo, porque Jesús camina con
nosotros, “va delante de vosotros a Galilea” (Mt 28, 7).
Feliz
Pascua, feliz paso del Señor liberador en medio de nuestras vidas.
“Al nombre de Jesús
toda rodilla se doble [...]
y toda lengua
proclame: Jesucristo es Señor”
(Filipenses
2, 10-11)
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